lunes, 29 de junio de 2009

Los que ya ganaron (nota publicada en el Diario Perfil el domingo)

Esta noche, a las apuradas, se hablará tanto de derrotas como de victorias. Pasado el primer fervor, veremos que en esta competencia electoral la evaluación es más compleja: hay quienes ganarán aún si no salen primeros y hay quienes perderán por más que saquen más votos. Serán los casos, entre otros, de Kirchner, Carrió -ambos serán tratados en el artículo de mañana-, De Narváez, Reutemann, Binner y la estrella de los comicios, Pino Solanas.
Los que la hemos probado, sabemos que la derrota en la política es de las que más duele y parece no tener consuelo en una sociedad que nos mira con implacable desdén y no escucha el soliloquio melancólico o cabrero que el vencido repite, por pudor, en voz baja: “ya verán que están equivocados”. La derrota nos hace patéticos y más aún si creés que la buena estrella es tu eterna compañera.
El remedio para melancólicos que deberían tomar los que no obtengan las victorias holgadas, o los segundos puestos seguros, o los terceros pero dignos que sus oráculos les pronosticaban, solo puede ser administrado una vez que pase el frenesí de la noche del domingo, y se vea que hay victorias que están más allá del lugar que se ocupa en el podio. Santa Fe será un ejemplo: Reutemann y Binner ya se han ganado un lugar central en el proceso de reorganización, contención y despliegue de la vocación de poder de sus respectivas fuerzas políticas, aunque por supuesto la victoria será sólo de uno.
Otros dos que ya ganaron están en la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires y ocupan las antípodas en términos de ideología, trayectorias personales y recursos económicos: Pino Solanas y Francisco de Narváez. Los muy buenos resultados que obtendrán ambos esta noche eran inimaginables hasta hace pocas semanas. Allí se terminan las semejanzas, porque son diferentes las razones que explican sus cosechas de votos, y también los desafíos que enfrentarán para convertir esos resultados individuales en futuras construcciones políticas colectivas y durables.
La estupenda elección que se le augura a Pino Solanas, aún si no es la que mayores consecuencias tendrá sobre el nuevo paisaje político que se abrirá a partir de mañana, resonará con fuerza. Fue construida con vocación de artista, compromiso político, persistencia en sus predicados y creció como una fuerza de la naturaleza sobre un paisaje político devastado por la disputa entre personas y no entre partidos.
Su performance electoral le abre la posibilidad de confluir con otros sectores que, con matices diversos y a veces importantes, comparten su visión de la Argentina y del mundo. Es una nueva oportunidad, en estos nuevos tiempos, para que las voces de ese sector dejen de ser sólo testimoniales e incidan en el estado de las cosas y en las decisiones nacionales.
Por cuestiones de otro tipo, lo mismo le cabe a Francisco De Narváez. Nuevamente la fortuna lo lisonjea. Lo ha ayudado el dinero, el muchísimo dinero que ha invertido en su personalísima campaña, pero fueron también su estrella y sus talentos que lo hicieron destinatario de millones de votos a su favor, y de muchísimos en contra de Néstor Kirchner. Independientemente de terminar primero o segundo en el escrutinio, deberá optar entre participar de la reorganización del Justicialismo o decidir junto a Macri quién conduce el PRO, o como finalmente se denomine esa fuerza de centro derecha.
En el primer caso, deberá buscar la bendición de sus pares y afiliados y no sólo de los televidentes. Para quien ha conseguido tanto en tan poco tiempo, es un gran desafío aceptar que las posiciones a defender son las del consenso general del partido y no las decididas entre un pequeño grupo de muy buenos amigos y creativos publicitarios.
Nuestro sistema político, aún si se recreara alrededor de dos grandes partidos nacionales como probablemente sea el caso, se vería beneficiado por la existencia de terceros partidos. En la mayoría de las democracias modernas que se desarrollan reduciendo las desigualdades, que resuelven con solvencia sus inevitables conflictos de intereses y dan espesor a su densidad nacional, aún si están marcadas por el bipartidismo, tienen terceras fuerzas que resultan decisivas en la elección de los gobernantes o permiten que la oposición imponga algunas iniciativas parlamentarias.
Si el que obtiene más votos necesita aún de alguna de esas terceras fuerzas para poder gobernar, se allana el camino hacia una mejor y más racional cultura política de acuerdos y consensos, que los argentinos necesitamos desesperadamente.
No debería escandalizarnos si ese apoyo se obtuviera a cambio del compromiso de llevar a cabo tal o cual acción de gobierno o incorporando representantes de esa fuerza política al gobierno.
Así funcionan las democracias en el mundo y tanto el PRO como del otro lado Proyecto Sur, o sus futuras denominaciones, tienen con qué convertirse en esas terceras fuerzas que inclinen el fiel de la balanza. En ese caso, el triunfo que ya obtuvieron De Narváez y Solanas valdrá el doble y será para todos.

Jorge Telerman

lunes, 22 de junio de 2009

Match Point

A la secuencia final de una campaña modelada por ShowMatch y que se desarrolló con un estilo y un discurso de tribuna enardecida, le cabe la definición de Match Point. Y al hacerlo, también se evoca el sentido que le dio Woody Allen a su película homónima: el vaivén de una pelota que en la volea final, se mece en cámara lenta sobre el filo de la red, sin saber de qué lado quedará.
A una semana de las elecciones, hay match point en dos de los cuatro distritos electorales decisivos y allí también el recorrido final de la pelota determinará no sólo un ganador sino un posible porvenir. Salir primero o segundo repartirá alegrías y tristezas, pero no despejará incertidumbres. Tal como está fragmentada la elección, con liderazgos personales que no responden a fuerzas políticas organizadas nacionalmente y con resultados quizás ajustados, nos perderemos en un estéril debate acerca de quién ganó. Y todos dirán que ganaron.
La campaña termina como empezó: salvo honrosas excepciones, con vacío de propuestas y groseras descalificaciones del contrincante. La pelota está en el filo de la red y soplan vientos cruzados. El Gobierno embarra la cancha de la oposición y la oposición se crispa a sí misma por las fotos de Cobos con De Narváez o las que éste omite con su aliado Solá.
No hace falta el resultado final para saber que todo será distinto, entre otras cosas, porque el Gobierno nacional no tendrá la mayoría legislativa que lo acompañó estos seis años. Dos caminos posibles: uno indeseable, del regodeo en la pelea eterna que exacerbaría aún más este clima venenoso y personalista del todos contra todos; y otro, más virtuoso, que nos permitiría saldar la discusión como cuadra en democracia, defendiendo y a la vez cediendo posiciones propias para arribar a consensos y acuerdos estratégicos sobre el futuro del país. Esta opción le devolvería nobleza a la política y tranquilidad a una sociedad que hoy percibe que sus preocupaciones y deseos no forman parte de las discusiones de la dirigencia.


Lo incierto del panorama incluye también a los liderazgos futuros. Algunas combinaciones probables:
Si Néstor Kirchner gana y Carlos Reutemann pierde, Daniel Scioli más que Kirchner podrá robustecer sus chances de ser el próximo candidato a presidente frente al candidato de la coalición, hoy opositora.
Si, por el contrario, Reutemann gana y Kirchner pierde, una parte importante del peronismo impulsará un proceso de internas para ungir al santafesino como candidato presidencial en 2011.
Ese resultado, asimismo, acabaría probablemente con el coqueteo que, sin mucho espesor ideológico y bastante oportunismo pragmático, algunos peronistas vienen practicando con Mauricio Macri. A nadie se le pide explicaciones en estas épocas tan raras, pero sería importante ofrecerlas alguna vez. De todas maneras, a Macri se le haría más cuesta arriba que a Reutemann u otro gobernador o dirigente peronista de peso la tarea de aquietar las aguas del PJ, propiciar un proceso de reorganización interna y ser elegido como primus inter pares en ese proceso. Cabe imaginar que si las circunstancias hicieran que un sector del peronismo impulsara a Macri como candidato, otra porción del peronismo no se sentiría representada y se dispersaría en otras fuerzas políticas o se reuniría alrededor de una liga de gobernadores con candidato propio.
Del lado de la oposición no peronista, unos resultados deslucidos de Alfonso Prat-Gay en Buenos Aires, de Margarita Stolbizer en la provincia, pero una victoria de Rubén Giustiniani en Santa Fe fortalecerían las posibilidades de Hermes Binner como candidato presidencial de esa coalición si sus dirigentes tienen la inteligencia de mantenerla viva. El radicalismo podría intentar promover a Julio Cobos, si su buena estrella sigue centelleando.
Ninguno de esos u otros resultados posibles despejan las dudas más profundas acerca de nuestro débil sistema político y eso importa más que un vibrante match point o una película inteligente. Para darles nuevos aires a nuestras instituciones, debemos asumir que habitamos la misma casa común y que como dirigentes, militantes, simpatizantes o simples interesados en la cosa pública, lo que dignifica nuestra vocación es su capacidad de forjarle un destino al país y no la de divertir a una tribuna. Esa es la primera tarea post electoral. Por más naif que suene, siempre será preferible sentarse en la silla del ingenuo que mirar desde un atalaya el entierro de una Nación.

Jorge Telerman
Publicada en el domingo 21 de junio, 2009 en
Diario Perfil

lunes, 15 de junio de 2009

Los riesgos de la antipolítica

Más deletérea que ciertas calamidades de campaña, la ola antipolítica sigue enseñoreada entre nosotros y, para colmo, luce prestigiosa y adecuada al peor sentido común.

Esta semana el productor de uno de los programas de radio más escuchados comentaba que no bien ponían al aire a algún dirigente o candidato, empezaban los llamados de los oyentes diciendo que no querían escuchar más a ningún político. Extraña paradoja de no querer oír a quienes se acusa de no escuchar.

El desarrollo pleno de nuestras capacidades de ciudadano requiere afinar el oído y discernir, desentumecer el cuerpo y participar, y abandonar los prejuicios e ir más allá del sonido y la furia de los discursos de campaña.

Todos repetimos que en esta campaña faltan ideas y sobran insultos, que hay denuncias canallas, que la renuncia a los mandatos en ejercicio y las candidaturas testimoniales están al borde de la legalidad. Pero sepamos que si perdemos toda confianza en la política, cinco personas, entre cuatro paredes, decidirán nuestro destino nacional.

Si creemos que la política fue, es y será inevitablemente una porquería, mejor quedarse en casa con nuestros asuntos privados. Pero hay otra realidad, no apta para cínicos.

La decisión de involucrarse personalmente en la vida política es difícil. Aquí y en todo el mundo, es una actividad dominada por las más densas pasiones y nace de una vocación que, por cierto, tiene mucho de ilusión omnipotente: la de representar y ser mediador de los deseos y preocupaciones de los demás para cambiar el estado de las cosas, combatir las injusticias y darle fuerza a la comunidad para que su voz se escuche y sea tomada en cuenta.

Un país puede estar determinado, en algún punto, por su geografía y sus condiciones naturales; pero nuestro destino comunitario está determinado por la voluntad participativa de quienes la integramos y de los liderazgos que nos inspiran.

Una comunidad viva y dinámica es una construcción permanente; no viene dada de una vez y para siempre. Quien se decide a participar activamente en ella abandona el cinismo tan nuestro del “no va a andar”, e intenta que sus palabras y sus acciones le acerquen la confianza de sus pares y de la sociedad que quiere representar.

Hay cientos, miles de mujeres y hombres con esa vocación política y muchos de ellos despliegan ese compromiso en su partido político, en su organización barrial, en su sindicato o en su lugar de estudio o de trabajo. Lo hacen sabiendo que es una iniciativa de éxito incierto y frustración probable, en la que quizá termines arrojándole tu honra a los perros.

Muchos de los que participan hoy en la arena política despojándose de todo cinismo y ambición corrupta supieron desde el inicio que iban a tener que lidiar, dentro de sus mismas organizaciones, con los que sólo buscan notoriedad o beneficios personales. Dividir las fuerzas políticas entre honestas y deshonestas es cándido y erróneo. Ser de derecha o de izquierda, peronista, radical o socialista, creer que el mercado lo ordena y arregla todo o que el Estado debe intervenir, regular y orientar, son marcas de identidad ideológica. Pero nunca han dividido las aguas de la ética o la moral.

Por eso se requieren ciudadanos curiosos e inquietos, que estarán más entusiasmados si los dirigentes asumimos nuestra obligación, a partir del 29 de junio, de renovar, democratizar y reorganizar nuestros partidos con padrones genuinos de afiliados y elecciones internas de autoridades y candidatos. Ahora mismo y sin demoras.

Por mucho que nos disguste esta campaña, a los candidatos en disputa no los separa solamente el espanto, sino las distintas ideas acerca del cómo y cuánto debería participar el Estado en la economía; o si nuestros recursos naturales deben ser explotados y administrados por el Estado o la empresa privada; o cuánto deben aumentarse los presupuestos de educación y salud, y de dónde sacar el dinero para ponerlo allí; o cómo y cuánto de la renta nacional se transfiere de los más ricos a los más pobres, por razones humanistas o para bajar la criminalidad.

La tarea de separar la paja del trigo y acompañar finalmente a la fuerza política y al candidato que mejor representa las ideas de cada uno es hoy más compleja que otras veces –aun para muchos que tenemos pertenencia partidaria– pero es posible. Como también es posible, a pesar del desencanto –o precisamente por eso–, que como ciudadanos participemos más, buscando más información sobre los partidos y sus candidatos, o proponiéndonos como autoridades de mesa o voluntarios en la fiscalización de los votos.

El ejercicio de nuestros derechos y el cumplimiento de nuestras obligaciones nos hace ciudadanos.

Pero hay algo que no podemos reclamar ni se nos puede exigir, y sin embargo hace la diferencia: asumir nuestras responsabilidades.


Jorge Telerman

(Publicada en el Diario Perfil el Domingo 14 de junio)

lunes, 8 de junio de 2009

Los días de la ira: poder, elecciones y escraches

El escrache es un delito y la acusación de golpista es difamatoria.
Así de simple. Y así, irresponsable y naturalmente, seguimos aceptando que el odio esté entre nosotros. Ya estaba antes, mucho antes de que esta campaña comenzara. Poco importan las razones por las que el odio se ha hecho presente en nuestra vida social y política, y menos importa discutir quién empezó. Lo que importa es erradicarlo. No se logrará en esta deslucida campaña, pobre en ideas como nunca, absurdamente plebiscitaria como si se eligiera presidente y no legisladores, y con
más candidaturas individuales que partidarias que, además, declaman soluciones de una frase para problemas complejos.
Una de las mayores tareas de los líderes y dirigentes es robustecer, en toda la sociedad, la certeza de que no solamente habitamos un mismo país, sino que formamos parte de una misma comunidad de valores e intereses. Si eso ya es muy difícil de lograr en una sociedad con obscenas diferencias entre pobres y ricos, ese objetivo se vuelve más inalcanzable aún si no hay relaciones de respeto y convivencia entre unos líderes que hasta hoy no han sabido salirse de un escenario en el que algunos generan, otros reproducen y pocos rechazan el odio.
Ese odio vociferado – y amplificado por cierto periodismo cebado en el escándalo- alienta la intolerancia de la sociedad. El círculo vicioso se cierra cuando esa dirigencia, creyendo que así no quedará descolocada frente a la opinión pública, aumenta la apuesta. Una opinión pública que no percibe actitudes ejemplares de la dirigencia nunca es buena consejera.
Es el miedo lo que nos hace odiar, porque es nuestra reacción frente a situaciones o personas que nos pueden dañar o destruir. Más allá de las pasiones indivuales -cuya moderación es asunto y tarea de cada uno-, en tanto síntomas político y social, ni el miedo se combate con otras acciones temerarias, ni el odio se disuleve impostando palabras de amor.
La precondición para diseñar un proyecto colectivo es erradicar el odio en las relaciones políticas y sus efectos en la sociedad.
La valentía, en todo caso, es poner de manifiesto una verdad, que debe decirse sin especular con que eso agregue o quite algún votante. La verdad es que, puertas adentro, los diálogos entre los dirigentes son bastante más civilizados que cuando aparecen los micrófonos, se encienden las cámaras y la consigna parece ser “¡Aplastemos al perdedor. Venguémonos del ganador!”. Nadie debe sentirse más debil, al contrario, por decir en público lo que dice en privado. Como mínimo, mostraría que a muchos les preocupa no poder encaminar la Nación, de una buena y sostenida vez por todas.
Pero como cuando no hay vida interna en los partidos políticos se acata la voz del amo, hay temor entre los oficialistas de contar en público que ellos reconocen en privado que no hay golpistas en la oposición, porque simplemente, no hay sectores golpistas en la Argentina.
Tambien en voz baja, muchos dirigentes de esa oposición admiten que ellos también eligen a dedo a sus candidatos, que aprovechan una ola de descontento en contra del gobierno nacional, y que muchas de las acciones de gobierno de estos últimos 6 años han sido correctas. Las bravuconadas y chicanas, con las que se intenta ineficazmente disimular la falta de ideas, hacen imposible los debates porque….¿cómo debatir con un golpista o un dictador?
Los poco ilustrados manuales de nuestro marketing electoral sugieren demonizar al adversario, cueste lo que cueste y no tomar los riesgos de la discusión política. “La gente no cree más en la política” repiten los gurúes que abrevan, todos, del mismo libro gordo de Petete de campaña. “Viene Chavez” o “Vuelve el 2001” son consignas igualmente falsas que apuntan a generar miedo. Luego, siembran odio.
La leyenda de la edad de oro de argentina es solo eso, una leyenda. Pero sí hubo momentos de encuentros, y si sus resultados no fueron más luminosos o no evitaron los tiempos sombríos posteriores, fue porque no los supimos sostener. No está en nuestros genes el desencuentro; ni tampoco la unión en un supuesto destino ineluctable. En los años 70, pagamos con sangre, sudor y lágrimas no haber entendido y defendido con convicción el abrazo entre Perón y Balbín. Y en los ochenta, el diálogo franco y respetuoso entre el alfonsinimo y la renovación peronista fortaleció la democracia e impidió los intentos de desestabilización institucional. Nuestra cultura política está lejos de haber mejorado desde entonces. Hoy aceptamos, por ejemplo, que la legitimidad de las candidaturas se defiende en los tribunales, y no a través de la selección interna de los partidos –elecciones abiertas, cerradas para afiliados, directas, indirectas…como sea!!-.
Por supuesto que no ha sido la falta de tiempo ni ningún otro escollo leguleyo lo que lo impidió, sino la rústica vocación de demostrar que aquí se hace lo que yo digo, y listo. Esa es la frase que mete miedo.

Jorge Telerman
Publicada el Domingo 7 de Junio en el Diario Perfil

lunes, 1 de junio de 2009

El problema no es Chávez

Hugo Chavez seguramente no imaginó que con su decisión de expropiar unas empresas de capitales argentinos, y de ¿bromear? acerca de que no lo haría con las de capitales brasileños, les estaría otorgando a los candidatos la posibilidad de discutir un tema sustancial en este período de campaña.
Sin embargo, la cuestión fue mucho más debatida entre periodistas, académicos y representantes de los trabajadores y de los empresarios que entre los candidatos que, a menos de 30 días de las elecciones, siguen en una especie de precampaña, discutiendo en los Tribunales acerca de si están jurídica y éticamente habilitados para presentarse.
Habrá que reconocerle a Hugo Chavez, entonces, la oportunidad inesperada, y por ahora desaprovechada, de debatir acerca de cómo debe actuar nuestro país frente a un hecho que, eventualmente, podría afectar nuestros intereses nacionales.
La mayoría de los candidatos siguieron metidos en su estratégica búsqueda de certificados de domicilio, o en desarrollar retóricas indescifrables para responder a la complejísima pregunta de si asumirán sus bancas si son electos, o en filmar extensas publicidades de frivolidad rampante.
Ni bien se supo de la acción expropiadora, el gobierno se puso a la defensiva, pidiéndole a Techint que reinvierta sus ganancias en emprendimientos que generen más producción, más trabajo y más conocimiento argentinos. Es un deseo correcto, y por eso los países económicamente más sólidos tienen sistemas de premios y castigos que lo incentivan.
Esos mismos países ejercen una diplomacia activa en defensa de sus empresas porque, como en nuestro caso, sus intereses nacionales también están expresados a través de inversiones de capital, público y privado, en el exterior y reclaman para sus empresas un trato igualitario en relación a las de terceros países –las brasileñas, en nuestro caso-.
Teniendo en cuenta la importancia del parlamento en la política exterior, este entredicho debería llevar a los candidatos del oficialismo a presentar y defender las acciones del gobierno en esta materia y los de la oposición a mostrar cuáles son los controles que intentan ejercer para verificar si ese principio de soberanía se cumple.
La discusión, o la falta de ella en realidad, no echó luz acerca de si la Argentina tiene mecanismos eficaces de promover y defender su comercio o sus inversiones en el exterior, sino que ratificó lo que cada uno piensa sobre Chavez, su ideología o sus extravagancias.
La principal candidata de la Ciudad de Buenos Aires, Gabriela Michetti, que tanto promueve las virtudes del diálogo, desaprovechó otra oportunidad para ejercerlo, y de este asunto tampoco dijo nada. Imaginamos que su palabra, entonces, es la de su jefe. A Mauricio Macri se le reveló que la presencia de Chavez en el Calafate, un par de días antes de anunciar la expropiación de las empresas de Techint, es una demostración de que nos encaminamos a una ola de nacionalizaciones que pondrá a la Argentina en la senda de la experiencia del socialismo bolivariano de Venezuela. Son extrañas las cosas que dice Macri cuando no lo tiene cerca a su mayor consejero, Durán Barba. ¿O habrá sido él quien se lo sugirió?
Carlos Heller compensó la desmesura opositora. Banquero, pero de izquierda, dijo que discutir el asunto es de derecha y propio de empresarios que solo buscan que sus empresas ganen plata. ¿Pensarán lo mismo los integrantes del directorio de su banco?
La Coalición Cívica, previsiblemente, habló del autoritarismo chavista. Y muchos sugirieron que la Argentina debería enfriar las relaciones con Venezuela, incluidos sus capítulos económico y comercial. ¿Harían eso si gobernaran?
Ninguna nación se mimetiza con otra por más acuerdos estratégicos que tengan entre ellas. A partir de la presidencia de Richard Nixon, EEUU no ha cesado de profundizar su alianza con China, sin que se generase, entre los norteamericanos, ninguna inclinación al socialismo, ni entre los orientales una irrefrenable vocación de elegir a sus gobernantes a través de un sistema plural de partidos políticos o elecciones libres. Por supuesto que el peso específico de los EEUU es muy diferente al de Argentina, pero también el de China lo es en relación a Venezuela.
Las voces más articuladas se hicieron escuchar desde los sectores de la producción, y desde cierto pensamiento académico, mostrando otra vez cuánta falta hace la mediación de los partidos políticos. Esas voces explicaron que la discusión no es sobre las medidas que adoptó Venezuela, que por cierto tiene el gobierno que su pueblo ha elegido y que, además, posee y consume bienes que en un caso necesitamos y en el otro producimos. La discusión pendiente es acerca de la mejor manera de defender los intereses nacionales, en el marco de unas alianzas regionales estables, que por definición, están más allá de los gobiernos de turno. El problema, nuevamente, no es Chavez.

Jorge Telerman
Publicada en el Diario Perfil el domingo 30 de Mayo de 2009